El día era soleado, y debía encontrar a mi padre, mucho sol
para un día. Dando vueltas en el campo, observé las plantaciones de maíz, todo
parecía normal, a excepción del centro, el maíz era negro, quemado, corrí a la
casa, entré rápido golpeando la puerta, recordando mi niñez. Qué experiencia
sentirse apurado, por el tiempo. Vi a mi padre bebiendo una Legui, comenté lo
visto, se sobresaltó, dejando el vaso recién vaciado empezó a gritar, -por qué
si ya pagamos la deuda- corrió a la plantación, lo seguí, y se arrodilló, en el
centro del centro besó la tierra y gritó a los cielos, ¿por qué? Ya no
comeríamos ese verano, con suerte tendríamos para sudar, lo comprendí en ese
gesto, el de un hombre agotado, aclamando piedad. Se levantó mi padre sin decir
más, caminó a la casa que, a pesar del sol, parecía estar en penumbras. Lo
acompañé en el silencio, hay momentos en los que no debe molestarse a un
hombre. Se prendió de la botella, lo acompañé, como siempre, en silencio. Pasó
el día, y mi padre dejó el alcohol y se despidió, -Hasta mañana hijo, si la
sequía lo permite- .
No dormí, cómo hacerlo, ya tenía mi edad pero no comprendía ciertas cosas,
observé por la ventana la noche, que parece más clara cuando uno está amargado,
es como la piedad de un Dios que, a falta de luz, te aclara lo obscuro. Ya de
mañana preparé el desayuno, pan de anteayer y el mate, fui a buscar al viejo,
golpeé no hubo respuesta, una vez más golpeé, no hubo respuesta, abrí. Ahí
estaba, sentado en la cama, decapitado por la doble caño del abuelo. Por alguna
razón no sentí dolor, no sentí nada, me acerqué, lo tapé con la frazada y
empezaron las preguntas.
¿Por qué no escuché el disparo? ¿Dormí? ¿Qué sueño profundo me dejó
hipnotizado?
Fui a la cocina, me senté en la silla de mi padre, agarré una botella nueva de Legui,
tomé, feliz en la nebulosa. Hasta que volvieron las preguntas, ¿por qué?, mi
pregunta o la de mi padre, no lo sé. Fui al galpón, agarre el bidón de nafta
para el tractor, y fui a terminar mi trabajo…
Es lindo recordar la niñez, la muerte de la madre, los del Banco quemando el
campo, y el niño cargando la cruz del padre, es lindo recordar el verano, mucho
sol y más trabajo.
Hay cuerpo, cuerpos y a veces alma. Llega el momento, en que el alma, se seca,
la secan, y queda el cuerpo, sin límites.
Rodolfo Schmidt,
cuento publicado en el diario "La voz del interior" suplemento "VOS" el domingo 26/08/2012